martes, 31 de marzo de 2015

Pecera


Aquí el tiempo se detiene entre los bostezos de las horas. El aire no transita. Ni siquiera siento. Tácitamente, sospechando el lento transcurrir del minutero, acepto seguir adelante; en verdad es tácito, porque el hastío degüella mis palabras.
Ahora.
Ahora recuerdo aquella sensación, tan vívida como el dolor mudo en mi garganta. Certera la certeza me asfixiaba; encerrada en una pecera boca abajo.
Las paredes del mismo cristal, los gritos se pierden en las mismas aguas... todo es tan igual que desesperaría, si no fuera porque ya me aisló, si no fuera porque ya me asfixió, si no fuera porque ya me cortó.
Aquí el tiempo se detiene; el tiempo duele...
Y yo caigo, y me abrazo las rodillas, y me hago punto.... En las horas que se suicidan los cristales mellados siguen cortando mi caída.
Aquí siempre fue así.
Aquí lo único grande eran las horas.
Verticalidad reducida a punto.
El punto a la nada.
La nada en mi.
Y yo aquí.

Ahora.

domingo, 29 de marzo de 2015

Entre signos de interrogación


Un impulso viejo le hacía seguir caminando en su reducida cochiquera con barrotes de preguntas sin respuestas. Sentía que no podía hacer otra cosa. Los barrotes repiqueteaban con música si los tocaba, y en ellos podía ver la vida aplastada o mutilada, glorificada, insignificante, absurda; cualquier definición era inútil y estúpida, como un niño malcriado que llora.
En realidad, nada le impedía colarse entre los signos de interrogación y escapar; pero eso carecía de sentido, y hacía que todo lo demás se volatilizara, aunque "volo" sea "quiero". Después de haber leído tantas veces aquellas grietas en la pared, el mundo exterior se le antojaba desordenado, caótico, falaz, ruin. Tan antiestético como el vómito en el suelo, tan poético, tan violento.
 
Allí, en aquel infecto rincón podía sentir la sangre rebotar contra los límites de su percepción... lejos de allí, más allá del humor vítreo de sus ojos, nada era real, nada era hermoso, nada tenía sentido...
Y nadie parecía entenderlo.
Morir cada día, con cada pregunta, le acercaba inexorablemente a la vida, la reafirmaba. La muerte le hacía sentir... y puede que solo fueran pinchazos en sus venas, un latido enfermo... pero aquellas preguntas, aquel impulso viejo... era lo único que hacía corpóreo su cuerpo. Sentir el pinchazo era sentir que estaba viva, que era fuerte, que no se rendía. Sentir el pinchazo era sentir la existencia.