sábado, 23 de febrero de 2013

Desaprender


Como decía Ortega y Gasset "fueron ideas. Hoy son ruinas de ideas".

Nuestra realidad, ya no solo como país (que era a lo que se circunscribía Ortega y Gasset), sino como sociedad; ya no solo como conjunto, sino como individualidad, está fundamentada, sostenida, equilibrada, representada por ideas en su mayoría obsoletas en relación con la realidad en la que vivimos, pero que nos afanamos en perpetuar, como dicha sociedad se empeña en mantener a una persona muerta en vida que desea morir.

Tenemos la necesidad imperiosa, si lo que deseamos es sobrevivir; tenemos el deber, si lo que pretendemos es mantener la poca dignidad que nos queda como raza, de desaprender lo aprendido, de volver a "matar a dios". Debemos redimirnos de esta realidad obsoleta, debemos "matar las ideas" y hacerlas nuevas, reinventar el mundo, desaprender y volver a crear los conceptos.

Si volvemos, como tantas otras veces hemos hecho, a apuntalar esta casa en ruinas, que decía Cadalso, este campanario destartalado, que decía Ortega y Gasset, esta Castilla vulgar que evidenciaba Azorín, volveremos, como tantas otras veces, a revivir a un dios que se suponía que ya había muerto, volveremos a maquillar los conceptos como ciertos, como reales, como "no hay nada más allá".

La alternativa es seguir viviendo en un mundo de conceptos podridos, obsoletos, prostituidos al mejor postor; la alternativa es una falacia de nosotros mismos, de la realidad vista a través de un prisma de colores raídos, sin brillo, carentes de sentido, cada vez más polarizados. Tenemos la necesidad de volvernos a cuestionar las mismas preguntas que siempre nos han avasallado, pero desde otra perspectiva, destructora, desintegradora y aniquiladora que nos permita volver a construir los presupuestos, las certezas en las que, no lo olvidemos, tenemos, si queremos y si no también, que sujetarnos y apoyarnos, como el bastón del viejo que impide que bese el suelo, aunque en el fondo sepa que es capaz de andar sin él, a pesar de que ello le resultase más complicado o más trabajoso.

Nos hemos vuelto a relegar a esa caverna recurrente de la que la Humanidad emerge de vez en cuando (o eso se cree). Nosotros, tristes colectivos (ahora y siempre tan solo hemos sido eso), asistimos con atención al teatro que se reproduce delante de nuestros ojos, aunque, en realidad, no existan ataduras ni mordazas que nos impidan quemar ese burdo atrezo. Pero nos han hecho creer que es así, nos han imprimado de conceptos aparentemente tan reales y tan perfectos, que son esos mismos conceptos los que nos amordazan, los que nos atan; del mismo modo que nos han hecho creer que esas sombras que salen todos los días en nuestras pantallas son las que nos representan, el adalid de nuestra realidad. 

No se trata de volver a los orígenes, se trata de reinventar la esencia. Tenemos la capacidad de hacerlo, nos falta la fuerza

2 comentarios:

  1. Genial, cuánta razón. Pero la fuerza de espíritu no se trabaja como los chulitos la fuerza física en los gimnasios.

    ¡Un saludo!

    ResponderEliminar